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Foto del escritorDiócesis de Iztapalapa

Comentario al Evangelio del IV Domingo de Adviento.

Por: Redacción.


La prisa por el amor

"En aquellos días, María se encaminó presurosa…" ¿Qué lleva a María a apresurarse? No era simplemente un compromiso o un deber. Era el amor. María no piensa en sí misma, ni en su propia situación tras recibir el anuncio del ángel. Su mirada está puesta en Isabel, en la necesidad del otro. Así nos enseña que el verdadero amor nos impulsa a actuar rápido, no por ansiedad, sino por generosidad. ¿Cuántas veces retrasamos el bien que podemos hacer por miedo, comodidad o indiferencia?



El poder transformador de un saludo

"En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno." Un simple saludo cambia todo. María, portadora de Cristo, lleva a Isabel una alegría profunda que llega incluso al niño que lleva en su vientre. Este momento nos recuerda que nuestras palabras y gestos, cuando están impregnados del amor de Dios, tienen el poder de transformar corazones. ¿Cómo saludamos a los demás? ¿Transmitimos paz, alegría y esperanza?


La humildad ante el don de Dios

"¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?" Isabel, llena del Espíritu Santo, reconoce la presencia de Dios en María y responde con humildad. En un mundo donde muchas veces buscamos protagonismo o reconocimiento, Isabel nos enseña a reconocer la grandeza de Dios en los demás. ¿Sabemos ver y celebrar la obra de Dios en las personas que nos rodean?


La dicha de creer

"Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado." La fe de María es modelo para todos nosotros. Ella creyó, incluso sin entender todo, confiando plenamente en la promesa del Señor. Esa fe la hizo bienaventurada. En nuestra vida, la fe no elimina las dudas o los retos, pero nos permite caminar confiando en que Dios siempre cumple lo que promete.


Convertirse en portadores de Cristo

Así como María llevó a Cristo a Isabel y Juan, estamos llamados a llevar a Cristo al mundo. No con discursos complicados, sino con nuestra presencia, nuestras palabras y nuestras acciones diarias. Que nuestra vida sea un reflejo del "sí" generoso de María, y que, como ella, llevemos la alegría y la paz de Dios a todos los que encontramos. Amén.

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